COLECCIÓN ALCOBENDAS: FOTÓGRAFO DEL MES

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Alberto García-Alix
Autorretrato con el cuerpo herido. 1981.
Plata en gelatina. 56,2 x 37,4 cm

Todo empieza por una paradoja. Un médico que dice: “no dejes de fumar Fortuna”.
La historia se remonta a una noche de aquellas de 1981 en la sala El Sol. Los Guerrilleros de Cristo Rey (parapoliciales y ultraderechistas de los 70) entraron y subieron al escenario de la sala, entendiéndola como su territorio. Al ritmo de un rocanrol, Alberto García-Alix, que estaba con su amigo Antonio Bartrina, cantante de Malevaje, decidió salir a bailar y, porque en la vida a veces se baila con quien nos toca, empezó la bronca. Los Guerrilleros pretendían echar a todos a patadas, y se escucharon gritos porque habían sacado los cuchillos. Cuando Alberto se da la vuelta ante quien le había dado un golpe, se da cuenta de que le brillaba en la mano un cuchillo, y de que está solo, sin nadie más en el escenario, sólo Alberto y el del cuchillo. Alberto coge una botella para defenderse y se enfrenta. Alguien le grita que tire la botella, que la policía ya había entrado en la sala. Detuvieron a los Guerrilleros, aunque habían tirado los cuchillos al suelo (el caso, una vergüenza de juicio, se sobreseyó). Alberto, para calmarse, decide salir a fumarse un cigarro y, al sacarse el paquete del bolsillo delantero del pantalón, se ve las manos manchadas de sangre. Se mira por encima, sin apreciar ninguna herida, y decide bajar al cuarto de baño. Cuando se quita el pantalón, ve un ojal de sangre, pues le habían “pinchado” sin darse cuenta. Va al hospital acompañado de su amigo, y le dan unos puntos.

Fue al llegar a casa de sus padres cuando Alberto, con su Nikon F3, hizo la fotografía. A modo de un “eccehomo” a lo canalla, ofrece como rostro metafórico los territorios de la herida que no es sino la interdicción del cuerpo, el límite entre la vida y su vulnerabilidad, una arquitectura del tacto: la ropa despojada, el pantalón caído, el lienzo de la camisa entreabierta. Si bien resuena la pintura barroca, García-Alix tiene la universalidad de lo que nadie dice de la manera en que él lo hace. Habla de lo que a veces fue, se quedó en ruina y ahora toca contarlo, porque para hablar de ciertas cosas hay que vivirlas en carne propia. El autorretrato del cuerpo se convierte en cartografía de su vida, de mirar y, sobre todo, ver lo que se vive, instantes, instantáneas vividas, conservando la atmósfera de lo visto y vivido. Mirarse y verse para sentirse vivo: si (te) haces una foto, es que estás vivo. El personaje de la imagen viene de afrontar un destino que forma parte de la búsqueda de una épica. Como un boxeador al final del combate. Como un motociclista tras una caída. Como Juan Dahlmaan –en El sur de Borges– tras su pelea a navaja con su destino: de haber elegido, esta es la herida que habría soñado. La imagen también somete a la contemplación, más que del destino,del resultado de la impunidad histórica: una foto más política, dialéctica, de lo que parece.

Pablo Pérez-Mínguez fue el primero en ver esta fotografía. Siendo amigos, Alberto frecuentaba la casa de Pablo, lugar de la época de la Movida, donde vio por primera vez una cámara Hasselblad y flashes electrónicos. Pablo no solo decide quedarse con la fotografía, como parte de la exposición que preparaba, De Madrid al frío (Diez fotógrafos madrileños) (Barcelona, 1981), sino que es elegida para el cartel de la muestra. Luego se vería en Madrid visto por…, en la Galería Moriarty de Madrid, en 1983, y también sería portada del número 1 de la revista Éxit.
Volviendo a la escena del hospital, el médico le dijo que si el paquete de tabaco no le hubiese amortiguado la cuchillada, le habría seccionado la femoral, desangrándose, por lo que le recetó un curioso tratamiento: “a partir de ahora fuma siempre Fortuna”.

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